A lo mejor se ha escrito poco o mucho del golpe de estado de 1973. No lo sé realmente. A veces, pienso que no se han contado de manera aún más explícita y sistemática los detalles del golpe y de la dictadura o los planes para cometer los asesinatos selectivos y en masa y las torturas o apremios o como fueron organizados los días y noches de los campos de concentración.
Podría decirse que el golpe, como cualquier golpe, por ejemplo un puñete en la cara, o un puntapié en las costillas, es muy difícil de explicar, de analizar, de darle un sentido. Había un poema en dictadura que volaba de boca en boca, clandestino: Un niño le pregunta a su madre qué es un golpe y ella le dice: es algo que te deja moreteado, y el niño mira por la ventana y ve todo el país morado.
¿Cómo le explicas a un niño, a un joven, a cualquiera que ni siquiera había nacido, lo que significó el golpe de 1973? Si te pones a dar causas, la persona se aburre, repleta de datos; si haces un listado de hechos, la persona se llena de sucesos; si te pones a enumerar muertos, la persona se llena de cadáveres que no conoció; si le muestras la cantidad de torturados, la persona sólo ve listas o números, no siente en su propia piel esos tormentos. Es un problema de enfoque, es decir, de cómo le comunicamos a muchos chilenos y chilenas el dolor humano.
El golpe fue la crueldad, fue el horror, fue el miedo, fue el espasmo, fue lo monstruoso, fue lo que nunca creímos que pasaría. Eso fue. Y con él, la muerte de la historia de un país, que siempre tuvo violencia, pero nunca había experimentado los niveles tremendos de persecución y odio como en ese día y los 17 años que le siguieron.
- Autorizado por Romanet Rivas para hacer uso en web y blogs del senador Mariano Ruiz-Esquide
martes, septiembre 14, 2010
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