miércoles, enero 06, 2010

Tres testimonios de voluntad colectiva




Mariano Ruiz-Esquide Jara

Cuando la incertidumbre deja caer sus sombras de duda sobre los partidos políticos, el mensaje de Tomic, Frei y Leighton se torna genuina fuente de renovación de la política.
Enero tiene un profundo sentido humano para quienes, como yo, tuvieron la ocasión de compartir la acción política con Radomiro Tomic, Eduardo Frei Montalva y Bernardo Leighton. También enero tiene un enorme significado para quienes, sin haberlos conocido en vida, se empaparon de su testimonio moral, político e intelectual. Tomic, Frei y Leighton pertenecieron a una misma generación, la última previa a la Primera Guerra Mundial, episodio dramático con el que se inicia el siglo corto de la humanidad, y que habría de sellar de modo indeleble su compromiso de servicio público.

Junto con Ignacio Palma Vicuña y Manuel Antonio Garretón Walker, contemporáneos suyos, los tres fueron fundadores de la Falange Nacional, precursora del actual Partido Demócrata Cristiano. Y los tres dieron su último aliento en enero, el mes de Jano, dios romano que -como sus trayectorias políticas- anuncia los comienzos y los finales, los cambios y las transiciones de época. Tomic expiró el 3, Frei el 22, y Leighton el 26 de enero.

Los tres fueron forjadores de movimiento y organización. Los tres creyeron en el valor de las comunidades políticas como fundamento de una vida colectiva plena, libre y democrática.

Ninguna de las transformaciones sociales y culturales que emprendieron, cuyas huellas persisten hasta nuestros días, habría sido posible sin esta firme creencia en fuerzas políticas organizadas, capaces de alterar el curso de la historia. ¿Qué, sino ese fermento estuvo presente en las grandes jornadas de protesta nacional que pusieron fin a la noche de la dictadura? ¿Qué, sino ese nutriente fortaleció al movimiento laboral y popular? ¿Qué, sino esas orgánicas permitieron formar gobierno, Parlamento y municipios democráticos?

La mayor riqueza de la cultura política heredada por las nuevas generaciones tiene su origen en el legado republicano que dieron a Chile aquellas comunidades. Es la misma que ha garantizado reforma, estabilidad y paz social, la que ha restablecido el respeto por la vida, por los derechos y por la dignidad de las personas, principios éstos que jamás podrá nutrir ni asegurar ningún movimiento de opinión, ningún cómputo electoral, ningún mesianismo de nuevo cuño.

Tomic fue el constituyente más lúcido de la Concertación. Fue él quien imaginó una fuerza política y social que representara a las grandes mayorías desposeídas de Chile. Tomic fue, asimismo, el más convencido y elocuente defensor de los partidos políticos. A él pertenecen expresiones de tanto calado ético y doctrinario como: “Nadie es más grande que el partido” o “no son las flores las que dan vida a las plantas, sino las raíces las que nutren y hacen posible el brillo de las flores”.

Cuando la incertidumbre deja caer sus sombras de duda, de sospecha y de descreimiento sobre los partidos políticos, el mensaje de Tomic, Frei y Leighton se torna genuina fuente de renovación de la política. Y una vez más nos confirma que lo esencial de toda reforma siempre es un asunto moral, una opción política ajustada a valores que, ciertamente, contrasta con la inmadurez, la irresponsabilidad y, sobre todo, con la inconsecuencia política que juega con las esperanzas de la gente y amenaza el destino de los más pobres y desamparados de Chile.

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