Lunes 18 de mayo de 2009 Diario La Nación
Es la hora de devolver la confianza a los esperanzados, a los jóvenes con ejemplos de vida y no con populismos y mostrar que la política es el arte de servir.
A partir de la multiplicidad de candidatos presidenciales y la formación de nuevas alianzas, el debate político se ha ido rodeando de un ambiente con definiciones de carácter ético no siempre en torno a qué es primero en política. ¿Mis deberes o mis derechos? ¿Cuál es éticamente superior? ¿Mi derecho de hacer de mi vida un sayo que me lo pongo y que me lo saco? ¿O mi deber pedagógico de conducir, orientar, generar caminos de conducta y obligaciones para con mis pares o para las personas que me hicieron crecer para ser lo que soy, como fruto de sus desvelos y apoyos?
Creo honestamente -y lo he repetido hasta la saciedad- que para quienes nos consideramos partidos progresistas y con una concepción ética de la política, la respuesta es clara: primero mi deber con el país, luego con nuestros partidos o la combinación de Gobierno y después mis intereses personales.
Cuando se creó la Concertación, este compromiso fue fundante porque tomamos conciencia de que -en alguna medida- la dictadura había sido responsabilidad de todos, por acción u omisión, y era por tanto la hora del deber. Para eso hicimos acuerdos y sacrificios personales y partidarios. Para eso perdonamos y pedimos perdón. Para eso elevamos a una categoría moral nuestros deberes y a una categoría de inferior rango nuestros intereses. De eso no tengo dudas. Como tampoco de que de nuestros apetitos pequeños se nutre la derecha política y financiera. También debemos abrir nuestros ojos cuando la prensa opositora eleva a algunos parlamentarios a una categoría superior, a quienes se retiran de la Concertación o también cuando propenden a la destrucción de un partido con tal de obtener votos para el candidato de la derecha.
Todo lo anterior es la exterioridad pública. Lo que importa es lo que sucede entre nosotros, los integrantes de la Concertación. No ha tenido éxito ni alegato sobre el derecho de los partidos a exigir disciplina sobre sus militantes. Hoy lo estamos pagando caro. Hoy atacan con insolencias a nuestro candidato presidencial y se abre como legítimo el derecho de romper la unidad sin otro afán que lo personal o mediático y así ganar liderazgo.
Creo, finalmente, en la discusión abierta de tesis para avanzar más allá de lo hecho, que pudo ser más y mejor, pero ello exige no lesionar el bien común de la Concertación a la que pertenecieran, porque impedir que triunfe la derecha es nuestra primera obligación. El argumento de carácter electoral, que igual votarán por Frei en segunda vuelta, no tiene el sustento ético que justifica nuestra existencia como coalición y Gobierno.
Con el destino del país no se juega a los dados con cifras y cálculos. Menos cuando se ha sido elegido por los partidos, con sus emblemas, sus votos y sus apoyos. Menos aun cuando se ha sido ministro, embajador y dirigente político. Para qué hablar si se ha sido ministro de un Gobierno al que se perjudicó en su tiempo por un sectarismo enloquecido. O ser parlamentario por la confianza que hoy se demuestra no merecer. Herman Hesse es clarividente: no somos un lobo estepario, sino resultado de los que nos ayudaron a crecer. Es la cara de las circunstancias de la que habla Ortega y Gasset. En resumen, no es el tiempo de cálculos pequeños o soberbias personales sin destino.
Es la hora de devolver la confianza al hombre y la mujer esperanzados, a los jóvenes con ejemplos de vida y no con populismos y mostrar que la política es el arte de servir y no de servirse de las trampas que nos coloca la derecha. Seamos también claros, la responsabilidad es de todos. De los que somos algo porque se nos dieron oportunidades que debemos valorar y respetar éticamente. De nuestros candidatos a todo nivel para comprender que el error ajeno no es excusa para no comprender que no es el estatus, sino las esperanzas de un progresismo nacional lo que deben buscar. De nuestros partidos para terminar con la figura odiosa de disputas intestinas. Del Gobierno para que escuche que no sólo él tiene la razón. Requerimos dar un ejemplo de pedagogía y ética política.
Con ideas claras, consensuadas en la Concertación y los grupos sociales y no sólo con acuerdos de los dueños del dinero que son amables para pedir, pero no para entregar. Son palabras de nuestra propia Iglesia. No son tiempos fáciles, pero algunos testimonios sirven cuando no es fácil discernir. Cuando la duda acecha entra el bien del pobre y el bien del poderoso, la respuesta es la primera. ¡Cuidado! Cuando la mona te aplaude es que estás equivocado.
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