Deseo, primero que nada, agradecer a los organizadores de esta presentación, el haberme invitado a comentar las últimas obras de nuestro común amigo, escritor, político, versificador de la Palabra, comentarista y testigo de nuestra historia y testigo de su propio compromiso personal con su visión liberadora de los trabajadores, el autor de “Mil veces Volodia” que hoy se entrega al público en esta Feria del Libro.
El que no hubiésemos compartido esa visión liberadora aunque si coincidiéramos desde orillas distintas en la necesidad de de agregar aguas al río del cambio y la participación del pueblo chileno, sólo hace más sinceras mis palabras para reconocer su mérito esencial en esta lucha liberadora, en su verso pulcro y cadencioso, en su palabra culta y cautivadora y en su ejemplo de coherencia entre su palabra, su vida y su mensaje.
Rara avis esto último, en nuestro país arrullado en la mendaz suavidad del hedonismo y la codicia. Rara avis en la política pública y en las vidas personales mareadas por un arribismo ramplón que repugnaba a Teitelboim y que me permitió sustentar mi respeto y aprecio personal. En una sociedad que aún no logra reconocer la diferencia entre adversarios y enemigos, entre unidad nacional y unanimidad propia del integrismo y entre la amistad noble y generosa y la obsecuencia propia del Homo Faber pero ajena al Homo Sapiens erecto, libre y de amplia conciencia, fruto de la evolucionada secuencia de tiempos inmemoriales o del soplo divino que Theilhard de Chardin nos llama a incorporar a la ciencia.
Hace unos años le escuché una intervención en el Senado sobre la historia política de Eduardo Cruz Coke, como él, superador de los límites partidarios y hombre de una época egregia de la política chilena. Su capacidad de penetrar el río profundo de la política y su límpida serenidad para reconocer errores, llamando a no repetirlos, me pareció de tal importancia que me autoriza a esas palabras que traducen mi disposición a leer sus últimos escritos que hoy comentamos.
Leer, escuchar, hablar y discutir con Volodia Teitelboim era transitar por el viejo y añejo testimonio de la inteligencia entrenada que se intentó hacer desaparecer por 18 años. No murió pero cedió el paso a la codicia del becerro de oro o del poder fácil y por éllo nuestro político-poeta pasó a ser esta rara avis que reconozco como un punto de referencia en Chile.
Punto de referencia que nos permite reconocerlo en sus méritos y en sus valores más allá de nuestras diferencias.
Las notas y anhelos de Mil Veces Volodia es para mí eso : Su aspiración nunca renegada de libertad y cambio, encarnación desesperada en los líderes que creía válidos para esos efectos y una voz lanzada al viento para llamar, hacerse escuchar, conmover para construir esta utopía que nunca logró. Como tantos la hemos buscado sin tampoco encontrarla. Tal vez para poder seguir buscándola porque si la alcanzáramos ya no tendríamos espera, ni lucha ni utopías.
Sus palabras, transmitidas en su “Anecdotario de Volodia”, me llegan de esa manera y al recordarlo en su forma de leerlas me parece recordar también a un muchacho demócrata cristiano que sintió el impacto de las minas de su tierra, tan negras como la masacre de Santa María pero en más larga y ominosa negrura, como el casamiento negro de nuestro folclore pero más agónicas y sin grandura. También retratados en esa autografía pero con “su elegancia y buen hablar que introdujo Volodia en una suerte de latino y nunca un hablar sólo ladino que fue su norma de decirnos su pensamientos sin ceder a la “tentación populista” porque era auténticamente popular”.
Leo “EL último Discurso” y se me asoma una idea extraña que parece llenar parte de mi angustia por el Chile de hoy. Hemos luchado juntos, somos otros, el país es más rico pero la distancia entre nosotros parece – y es más grande –, hay democracia pero no somos democráticos para vivir la vida. La discusión es agria como resabio de años de muerte e individualismo, el vocabulario es procaz porque hay más codicia y poder que ideas. Hay más desalojo que visiones compartidas. En este discurso apela a la poesía para poder avanzar en las revoluciones. Tal vez es eso lo que nos está faltando, como en los años del medioevo cuando pueblos enteros hablaban y discutían en “silogismos” para que no faltase la razón, aunque no la tuviera el vencedor en una jugosa expresión propia solo de esos años de gaya fiesta.
Frío, arrogante, defensor de causas perdidas y carentes de libertad,así lo describieron algunos. Poeta, más que político, consumado pedagogo de sus ideas, consecuente en su hablar y en su morir, así lo ví. Autor de “Mil veces Volodia”. Su lectura la rescato a pesar de no compartir sus íconos y propuestas.
A pesar de ello vengo a respetar su pensamiento frío, lógico y claro y su lengua filuda en un español rescatado.
Vengo a compartir su corazón ardiente que luchó por su visión de la libertad y la revolución que tantas disputas institucionales nos deparó.
Vengo a aplaudir con mis pobres manos que buscan ser limpias las manos de un chileno que nació pobre, vivió pobre por sus luchas y murió con las manos blancas porque la Revolución es Moral o no lo es.
Leer “Mil veces Volodia” fue un recrear un mundo que creía muerto, abrir un espacio poético para salvar la política. Es como el autor señala en su texto mencionado “El imperativo esencial de América Latina hoy en día es: Ser libre. Por eso me parece espléndido que para ello se recurra también a la poesía. La poesía es un gran elemento movilizador de conciencia en muchos casos. Es la poesía de las revoluciones, de los elementos nuevos.”
Es también en la belleza de sentir que uno no termina en sí mismo, sino que se proyecta en los demás.
HE DICHO
MARIANO RUIZ-ESQUIDE
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario