Nos reunimos hoy en torno a la muerte de un gran amigo, un gran camarada de nuestro Partido y un ciudadano de excepción. Lo vinimos a entregar a su tierra como hace algunos años lo acompañamos a dejar a Bertita – su esposa bienamada – con el mismo dolor. Ambos significaron para nosotros la máxima expresión de la unidad espiritual y fraterna que nos dieron siempre como ejemplo.
Hace muchos años – apenas entrando en la adolescencia y la juventud – escuché su nombre como símbolo de un movimiento nuevo y cristiano, motivo de escándalo en el mundo conservador porque tan sólo con su voz, su ejemplo y su palabra rompía la pasividad y hablaba de cambios, de justicia y de solidaridad. Sólo lo conocí más tarde y mi respeto y admiración se sumó a la de tantos otros de la provincia y el país.
Waldemar fue de todos y en cada lugar donde actuó dejó su impronta de hombre de bien pero permítanme que rescate para nosotros ese fuego interior con que hizo la política hasta los últimos días. Creía en el ser humano, creyó siempre en la amistad, en el diálogo, en el acuerdo, en la libertad del hombre. Hasta su más senecta edad tuvo una palabra para la juventud aduciendo que él también había sido joven y entendía la fuerza rebelde de la juventud para seguir cambiando el mundo. En tiempos difíciles de su Partido y de tribulaciones para sus ideales fue una roca fortísima para todos y un ejemplo de coherencia y fé para los que dudaban o quebraban. Fue ejemplo de coherencia para nuestros hombres y mujeres y sobre todo para los que ingresaban a nuestras filas : habló siempre como pensaba y vivió siempre como hablaba.
Fue testimonio de sus ideales a través de 60 o 70 años de su provincia, de Chile y sobre todo de Los Angeles de toda de una vida a la que vió crecer y transformarse. La vió cambiar – a veces con dolor – porque se perdían tradiciones con las que había nacido pero la amó así, tal como era en cada época. Como amó la Falange Nacional y luego la Democracia Cristiana. Como amó y vivió la Política – con mayúscula – como la más noble actividad después del ejercicio religioso- siempre con su esperanza de redención.
Su partido y el nuestro nació para cambiar el mundo. Los hechos y la diaria realidad han traicionado a veces – con excesiva frecuencia – este sueño y se nos podrá decir que al final el mundo nos cambió a nosotros. Esto no fue así nunca para nuestro camarada Waldemar Agurto. Fue testimonio viviente de nuestra fé y esperanza. Testimonio diario de nuestro compromiso de vida. Por eso venimos a dejarlo en su tierra. Los Angeles se quedará con sus restos por larguísimos años. Las instituciones a las que sirvió lo mantendrán en su recuerdo y gratitud. Su familia lo amará por siempre como el padre amorosísimo y el abuelo tierno y maravilloso como lo sentí en el llanto de su nieto que recuerda a nuestros propios abuelos.
Permítanme decirles que en el nombre de sus camaradas y la directiva nacional de su Partido venimos a expresar nuestra gratitud por su mensaje diario de 60 años : “Debemos hacer la política y la vida con la mente fría y claridad de ideas, con el corazón ardiente para luchar por ellas y amar a todos porque todos somos iguales y hermanos, con las manos limpias y transparente sin una sóla mancha por donde pasó. Con caridad, humildad, sencillez, humor que levantaba el alma y rompía las tensiones y el servicio como corona de su quehacer.
Hasta siempre viejo y querido amigo.
Adiós camarada de siempre.
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1 comentario:
Padre maravilloso dejaste una huella maravillosa,fuistes un ejemplo para nuestra ciudad de Los Angeles que tanto quisistes,asi como un buen esposo con tu adorada Bertita siempre a tu lado,un buen padre y querido abuelo.
Gracias, tio Mariano por tus lindas palabras,sabemos que siempre lo recordaras como un buen amigo.M.Veronica Agurto fernandez.
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