viernes, agosto 29, 2008

Intervención del Senador, don Mariano Ruiz-Esquide en Seminario organizado por el Hogar de Cristo y la Universidad Alberto Hurtado


Señoras y Señores

Agradezco en primer lugar la invitación que se me ha hecho para hablar en esta ceremonia en el marco de la Universidad Alberto Hurtado y bajo la admonición de la figura de San Alberto Hurtado. Ser invitado a un acto en este marco es para mí un honor, que quiero reconocer con mucha humildad, hacerlo en el marco también de la solidaridad como eje central del debate y la discusión y relacionándola con la educación y sus posibilidades de trabajar en esa línea es, una oportunidad para analizar dos temas que son de la esencia de nuestra sociedad chilena de comienzos del siglo XXI y en nuestra condición de democracia reciente y renovada.

Quisiera señalar primero como entiendo el llamado de San Alberto Hurtado respecto a la solidaridad. Lo hago en la misma perspectiva que hace 40 años él hizo respecto a la catolicidad de nuestro país, preguntándose en un durísimo libro si Chile era un país católico. Su respuesta fue señalar que efectivamente a pesar de las apariencias no lo éramos. Empiezo entonces estas reflexiones haciéndome la misma pregunta ¿ es Chile un país solidario? En verdad, mi opinión muy personal es que no lo somos.

Creo honestamente que somos un país sentimentalista. Admito que tal vez somos un país de muy buenos sentimientos. Admito, también , que en verdad toda nuestra política desde las políticas públicas y desde las organizaciones comunitarias surge la búsqueda de un país solidario pero no diría que la sociedad chilena, asume la solidaridad como el eje central de su vida, de sus aspiraciones y de sus utopías.

Queramos o no los parámetros de comportamiento de la sociedad chilena, de su liderazgos, de su organización empresarial, de los propios partidos políticos, que tienen gran incidencia en Chile y por qué no decirlo también, de la imagen que nuestros medios de comunicación entregan, Chile no es solidario.

Estamos en una época que podríamos señalar como una república plutocrática, materialista y hedonista.

Querámoslo o no es el tener y no el ser lo que mueve a nuestra sociedad y esta visión se contrapone con la esencia de la solidaridad.

Somos un país materialista cuyo motor es el éxito y los bienes materiales que se contraponen con la esencia de la solidaridad como rectoría espiritual.

Somos un país hedonista, llevado a ese espacio de comportamiento por una diferencia de ingreso de tal magnitud que permite, que la riqueza acumulada en un sector de Chile transforme la vida en un consumismo desatado y una vulgaridad que rompe el sentido profundo de la solidaridad, que no sólo es entregar bienes a quienes no lo tienen sino también un mensaje de respeto, de austeridad que es la expresión de respeto a la pobreza.

Debemos en reuniones como ésta, volver a revalidar la concepción hurtadiana de la solidaridad que trato de descubrirla en una visión personal y nacional. Un país solidario debe aspirar como primus movens a la igualdad de oportunidades, que se hace absolutamente imposible si se permite las diferencias de ingreso que hoy tiene Chile, porque no se trata sólo de entregar más a los más necesitados. Se trata también, de que ésta diferencia abismante termine por transformar el hedonismo mostrado por los medios de comunicación a los que nunca los pueden alcanzar, en justamente lo contrario una anedonia depresiva que explica el 24 % de estados depresivos que existe entre los chilenos, que la trasforma en la primera y más grave agravio a la salud mental. Permítanme insistir en este punto, porque según las cifras entregadas por Impuestos Internos y los balances nacionales de las empresas más exitosas demuestra que el 1% más alto de los chilenos gana en un año lo que el 1% más pobre de Chile ganaría ese mismo dinero en 270 años. Es decir, 14 generaciones y si lo quieren poner de otra manera desde el año 1738. Estas cifras permitidas ,en una suerte de silencio cómplice desde las autoridades políticas, entre las que me incluyo, la sociedad de poderosos de Chile y el silencio ominoso de la sociedad chilena son absolutamente contradictorias con la concepción que venimos señalando de la solidaridad.

La solidaridad la entiendo como la convicción personal que las campanas que tañen por otros, tañen también por mí.

La solidaridad es querer para otros el bien que Dios me entregó.
La solidaridad es entender la unidad de la patria como valor central sin la cual no existe en verdad ni auténtica libertad, ni verdadera democracia ni tampoco amor fraterno.

Entiendo que tal vez sea fuerte señalarlo de esta manera pero estoy convencido que el asistencialismo de nuestras políticas, que el sentimentalismo frente a algunas tragedias, es una expresión poderosa en la ayuda que se entrega pero no es solidaridad.
Tanto es así que su SS Benedicto XVI, en medio de las dudas de muchos católicos frente a su orientación magisterial, ha llegado a declarar que la sola posesión de un exceso de riqueza es contraria a la concentración del poder político en una sola mano, precisamente porque de ahí han de surgir las politicas públicas que no pueden separarse de la vocación personal del que posee una acumulación de tal nivel de riqueza.

Respecto al planteamiento que se hace en nuestra convocatoria de la solidaridad y su liazón con la educación permítanme algunas breves reflexiones.

La educación, no la sola instrucción que ha sido permanentemente la manera de confundir ambos conceptos, es esencialmente la capacidad que ele Estado, la sociedad, las personas entregan al ser humano para que se transforme en su desarrollo emocional e intelectual en una persona más completa y más cerca de la verdad que es Dios.
La educación concebida como esta formación integral del educando es la expresión más pura del SER MAS que lo acerca a la perfección, nunca lograda pero siempre perseguida.

La educación es la manera de ejercer la justicia, la bondad y la transferencia de riquezas espirituales.

La educación es la expresión más pura y el mecanismo más útil para lograr la movilidad social desde la oscuridad hacia la luminosidad, donde los países progresan, amplían sus fronteras y logran el progreso de cada uno de sus habitantes y de la sociedad en su conjunto.

Las reformas educacionales que estamos poniendo en marcha han sido tan controvertidas precisamente, porque hay un debate de fondo que no se explicita : algunos piensan que se trata sólo de enseñar y transferir conocimientos en mediciones de lo aprendido, en pruebas diversas y que por ende valoran solamente las funciones frontales sin entender que a lo más , en este aspecto debemos enseñar a aprender porque nadie puede en el actual estado de los conocimientos universales retener y aplicar este inmenso progreso como tal vez lo logró Juan Piccola de Mirándola allá por el 1200 y otros creemos que, la educación es algo mucho más profundo y amplio y va del saber comportarse frente a la sociedad y el prójimo hasta comprender el verdadero sentido de la vida y las razones de nuestra existencia.

En la conjunción de ambos conceptos que hemos señalado está el valor de esta convocatoria.

Nada ganamos si no hay educación sin la perspectiva solidaria de igualdad y equidad y nada podremos hablar de la solidaridad si no le entregamos las herramientas para que la comprendan los jóvenes y la sociedad entera como parte de la enseñanza.

La educación no es dar y repartir peces sino enseñarle a pescar en la perspectiva cristiana del convencimiento.

La solidaridad, a su vez, es tomar los conocimientos que el mundo nos entrega como obra del hombre creado por Dios para que las mentes y los corazones se abran a la solidaridad.

Gracias por invitarme a este debate.

Más aún, gracias por abrir un debate en esta perspectiva.

Gracias por debatir lo que no se debate en nuestro país porque pareciera que el único conflicto existente en las sociedades modernas es el dinero, la moneda, la economía y el valor del capital sin ni siquiera mencionar al ser humano que se ha transformado en un sub producto del oro circulante. El dinero, nos dijo Radomiro en su tiempo, tiene el vientre frío porque por sí solo no genera riqueza y sólo la genera cuando interviene el hombre como factor esencial.

Mi mirada no es ni trágica, ni pesimista, ni de desesperanza.

Mi mirada, con mucha franqueza, es mucha preocupación por nuestra patria, de mucho dolor por la insolidaridad y de mucha ira cuando veo que la solidaridad se transforma en un negocio, el niño y la infancia se transforman también en un negocio un día al año y no una tarea constante y hasta los valores más profundos se juegan en las mesas financieras.

Lo que sí creo mientras existe la presencia de los grandes como el Padre Hurtado e instituciones como la vuestra que llaman a penetrar en el alma profunda de nuestra sociedad podremos avanzar en las líneas que él nos enseño. Muchas gracias.,

HE DICHO
Santiago, agosto 28 del 2008.

No hay comentarios.: